Hace un par de días falleció el torero Iván Fandiño a causa
de una corneada que le propinó el toro durante la faena. Lamentablemente,
muchos antitaurinos lanzaron en redes sociales comentarios muy desafortunados,
alegrándose por su muerte y celebrando que hay un torero menos en el mundo.
Si bien yo soy abiertamente antitaurina y si bien en múltiples
ocasiones me he sentido en paz con la muerte de ciertos criminales, hay una
enorme diferencia entre alegrarse con el fallecimiento de un ser humano y
encontrar un sentido de justicia en que violadores y asesinos se hayan quitado
la vida o hayan muerto de alguna manera. Una cosa es justicia y otra muy
diferente es venganza, y aunque muchos opinen que la muerte de un torero a
causa de una corneada es justicia, la sensación debe ser de paz, no de alegría
y celebración.
Hay que poner las cosas en perspectiva: no se trata de que
los toros maten a los toreros, sino se trata de erradicar la tauromaquia para
evitar más pérdidas humanas y animales. La tauromaquia es en sí misma un
espectáculo por demás salvaje, en la que se disfruta infligir daño, se aplaude
la agresividad, se goza con ver sangre. Tanto los toreros como quienes acuden a
un espectáculo de tal especie deben tener algún tipo de trastorno como para
disfrutar tal exhibición de salvajismo.
Pero la raíz del problema es cultural. Yo no puedo más que
sentir lástima por Iván Fandiño y desear de todo corazón que su alma descanse
en paz, después de haber decidido ser parte de algo tan cruel como la
tauromaquia. Me pongo a pensar en un pequeño Iván, soñando con algún día ser un
gran torero y ser aplaudido por una multitud que disfruta al verlo herir a un
animal. Después me pongo a pensar en los padres de Iván, que seguramente
apoyaron ese sueño y le proporcionaron los medios para convertirse en torero.
Por eso no puedo más que sentir lástima por una persona que
creyó que algo como la tauromaquia es digno de ser un sueño, lástima por su
falta de ambición. Y siento mucho coraje hacia sus padres, hacia toda su
familia y su cultura que han hecho de la tauromaquia algo digno de aplausos y
reconocimiento, que incluso han llamado a ese acto de barbarie un arte. Pero lo
que más me preocupa es toda esa gente que sigue aplaudiendo en las corridas de toros,
que sigue comprando entradas, que promueve que ese espectáculo siga vivo y siga
siendo considerado digno de admiración.
No, no puedo alegrarme por la muerte de Iván Fandiño, pero
me alegraría mucho que fuera una llamada de atención hacia todos los niños y
jóvenes que sueñan con ser toreros; me alegraría mucho que fuera un despertar
para otros toreros y una alerta para los que están detrás del gran comercio que
es la fiesta taurina. Me haría muy feliz que del lamentable fallecimiento de
una persona, se derivara la erradicación de la tauromaquia.
Y es que no puedo alegrarme con la muerte de un torero, no
sólo porque me pongo a pensar en cómo fue a convertirse en torero, sino porque
se trata de una persona, de un ser vivo. Y la vida es una, con diferentes
manifestaciones. La vida a veces toma forma humana, a veces animal y a veces
vegetal. Y yo defiendo la vida, no a una especie en particular.
Sin embargo, hay otro punto que me parece crucial en la
tauromaquia, que muchos otros espectáculos brutales no tienen: y es que el toro
no tiene forma de expresar su consentimiento para ser parte de la fiesta
taurina. Vamos, el box, la lucha libre, el esgrima y otros deportes de
exhibición que tienen un alto grado de violencia y brutalidad, y en los que han
fallecido personas tienen la ventaja de ser entre dos seres humanos que no sólo
han decidido someterse a las peleas, sino que han trabajado para ser parte de
ellas. Ésa es una diferencia muy grande.
Como vemos, los toros afortunadamente no siempre son pobres
víctimas indefensas, pero definitivamente no podemos saber si quisieron o no
ser parte del espectáculo de barbarie. Por ello, creo que para todos los fans
de la sangre, de la violencia y de la brutalidad, existen alternativas como las
que ya dije para que puedan sentir la adrenalina de ver a dos seres golpearse
hasta sangrar. O hasta matarse. Pero ahí hay un consentimiento de dos personas
que decidieron estar ahí y que hasta presumen de haber luchado mucho por llegar
ahí.
No, señores, alegrarse por la muerte de un torero no es lo
mismo que alegrarse por la muerte de un violador o de un asesino. Insisto, la
tauromaquia ha sido enaltecida por una cultura muy cuestionable y que muy poco
ha contribuido a la humanidad, haciendo que muchas personas desde pequeñas
sueñen con convertirse en toreros. En cambio, es muy bien sabido que violar a
una persona y privarle de la vida es un crimen. No hay comparación.
Es importante crear conciencia de que la tauromaquia es un
espectáculo que sólo está cobrando vidas, esperando que así podamos cambiar esa
cultura que la considera como un arte. Sólo desde el cambio en la conciencia de
quienes todavía creen que la fiesta taurina es algo digno de admiración, es que
podremos erradicarla para siempre, salvando así muchas vidas animales y
humanas.
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